*Por Nelson Viera, Miembro del Comité de Prevención de la Tortura y Otros Tratos y Penas Crueles, Inhumanos y/o Degradantes de Chaco
La desaparición forzada de personas es el método más atroz de lastimar a una sociedad, a una familia, a una madre. Se constituye como el más aberrante delito contra el ser humano. La Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos impulsó, desde principios de los ‘80, la conmemoración de un Día Internacional del Detenido Desaparecido.
Finalmente, el 21 de diciembre de 2010, por Resolución N° 65/209 de la Asamblea General de Naciones Unidas, se declaró el 30 de agosto como el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. La desaparición forzada tiene una serie de elementos característicos que son: la privación a una persona de su libertad sin orden judicial legalmente formulada; la existencia de intervención o apoyo del Estado, junto a la negación de reconocer la detención y de revelar el paradero de la persona privada de libertad.
Esta acción se usa como método estratégico para infundir el terror en los ciudadanos. No es casual, es elaborado, planificado y forma parte de un plan criminal. Procura crear la sensación de inseguridad, que no se limita a los familiares y allegados próximos del desaparecido, sino que afecta a su comunidad y al conjunto de la sociedad, es decir es un problema social.
Este crimen contra la Humanidad fue el procedimiento principal utilizado en las dictaduras militares, pero en la actualidad se verificó en situaciones complejas de conflicto interno, especialmente como método de represión política de los oponentes. A la comunidad internacional le ocasiona gran preocupación en la actualidad que, además o como continuación del delito, se producen acoso y amenazas a los defensores de los Derechos Humanos, a los familiares de las víctimas, a los testigos y los abogados que se ocupan de los casos de desaparición forzada.
Una cuestión a destacar en el análisis internacional de los especialistas es que este método es utilizado por los Estados como excusa o fundamento en la lucha contra el terrorismo, siempre incumpliendo las obligaciones legales. Si bien la desaparición forzada ha sido una práctica constante ejercitada sobre todo por las dictaduras militares y aprendida por los oficiales de los ejércitos latinoamericanos en los “cursos de capacitación” en centros de estudio de Estados Unidos (Fort Benning, Escuela de las Américas y otros), el método fue en realidad importado de la Alemania Nazi.
Los opositores al régimen nazi, luego de largos procesos judiciales, inevitablemente terminaban en prisión, pero la mente criminal del régimen concibió la idea de enviar a los prisioneros a lo que llamó “la noche y la niebla”. De esta manera se los aislaba del mundo exterior, sin tener información sobre su paradero o destino. El efecto buscado por estas medidas era mantener a la comunidad en la incertidumbre y no convertir a los detenidos en mártires; “generando una intimidación efectiva y duradera que eliminaría toda disposición de resistencia en la población” (Decreto Noche y Niebla, 1942).
La desaparición forzada es una experiencia de carácter traumático cuyo propósito es dañar gravemente y de manera integral el psiquismo individual de la víctima y de los familiares, pero también a la sociedad en general. El crimen deja secuelas, heridas profundas, ideas tales como que aquél a quien creíamos protector, el Estado, es una amenaza a la tranquilidad y a la esperanza. Este aberrante crimen contra la Humanidad, en conclusión, dinamita el basamento de la sociedad, la extingue.